PERIÓDICO DE SUCESOS, TRIBUNALES y TRÁFICO DE LAS COMARCAS DEL CAMPO DE CARTAGENA Y DEL MAR MENOR                                                                         booked.net

'El minero es mi Dios. Y el cante, su profeta...'

Cierras los ojos. Unos segundos más tarde, escuchas a lo lejos un grito de desesperación, de un dolor tan fuerte, que, de manera inconsciente, te provoca un desconsolado llanto. Ese grito resuena en tu cabeza sin control. Al abrir los ojos, comienzas a ver imágenes, vidrieras y columnas, tan blancas como la pureza más absoluta. Sobre ti, se alza una figura de Cristo, crucificado. A un lado, una mujer. Al otro, un hombre, que porta consigo una guitarra, por lo que deduces que van a cantar al Cristo, al Cristo de los Mineros. Cuando la mujer abre la boca y frunce el ceño, y cambia completamente su expresión facial, vuelves a escuchar el lamento desesperado que llevaba tiempo resonando en tu cabeza...

Algo propio, y exclusivo de La Unión, es su misa minera, que pocas veces fuera del contexto del Festival Internacional del Cante de las Minas se interpreta. Bajo el oficio de Ginés Luis Vicente Blasco, volvió a entonar Encarnación Fernández, acompañada al toque por Antonio Muñoz, guitarrista oficial del Cante de las Minas, las coplas de Enrique Hernández Luike.

Dio comienzo esta misa con el introito, o cante de entrada, en forma de minera. Como siempre, a golpe de voz, y tras una delicada falseta de guitarra, repite el tercio primero la cantaora, y salta al tercero (en la copla original de Luike). Y es que codo con codo, y con una progresión que tiene su clímax sobre la mitad de la interpretación de la minera, resuelve de manera sosegada la guitarra. A ello le siguió el “Gloria a Dios”, una cartagenera con un carácter menos melancólico, que retoma la línea melódico-armónica de la anterior minera, aunque destaca mucho más el toque de la guitarra, que ensalza la potencia y la intensidad sonora, y por ende su carácter del mismo tipo.

A lo anterior le siguió la ofrenda, diferente a todo lo previamente interpretado, por obtener la guitarra todo el protagonismo. En este momento, Antonio hizo gala del más sensible conocimiento del flamenco dividiendo la música en toques de bordón y desarrollo melódico por los agudos de la guitarra, todo ello como una sola estructura musical, complementado por diferentes desarrollos en el característico modo frigio que identifica al flamenco, siempre volviendo a la célula principal. De la granaína posterior destacan los melismas (grandes extensiones de sonido en que el artista pasa por notas diferentes muy seguidas), en las palabras “sangre” y “divino”, haciendo por tanto énfasis en el significado eclesiástico de la sangre de cristo y de lo divino como tal, a voz en grito, en una clara llamada a Dios.

Hacia el final, llega el momento del Padre Nuestro, que recupera el estilo discreto en la guitarra, necesario para que se entienda la parte vocal, en la que se da incluso una exageración, aunque necesaria (la copla y su significado simbólico lo requiere), en el quejío y resto de melismas, con aparición de un marcado vibrato (cuando la voz vibra de manera acentuada, fuerte/flojo, consecuencia de golpear/apretar el diafragma mientras se canta/habla). Ciertos tintes arabescos confluyen con las sonoridades frigia y mayor que se dan a lo largo de la copla, aportando gran riqueza melódica a la interpretación.

Le sucede una levantica al Padre Nuestro, “Escalofrío”. Y cómo no sentirlos, cuando de la nada la guitarra envuelve todo el ambiente de la iglesia, como si del propio Espíritu Santo se tratase. No se puede ver, ni oler, ni tocar. Pero está en todas partes. Y para más desconcierto, dejan los intérpretes el final más abierto de todas sus interpretaciones.

Ahora sí, llega el final de la misa, y con él, una malagueña. Como todo buen final, es elaborado con el mejor material que se tiene. La falseta, la más elaborada. Juegan la voz y la guitarra, suelta una la melodía, retoma la otra. De nuevo el cante repite el primer tercio y pasa al tercero, principal característica formal-estructural de la interpretación de toda la misa. Se abre el mismo silencio que al inicio con un sublime desplante musical resuelto tras un potente quejío, tanto por la cantaora como por la cuerda. Cierras los ojos. ¿Ha sido un sueño? ¿Qué ha pasado? Me permitiré modificar la “canción del pirata” para describirlo lo mejor posible. Que es mi dios el minero, la copla su libertad. La mina y el pico, su suerte, el cante minero, su paz.

Y es, que la misa minera de La Unión, no solo representa una conjunción de cantes de incalculable valor para el flamenco y para la música. La misa minera, pone al minero en el centro de la divinidad, y al cantaor, como hijo y profeta, que expresa el sentir, que por trabajo o por sepultura, es el minero incapaz.
(*) Natural de La Unión, estudia Historia y Ciencia de la Música en la Universidad de Granada

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