'Preludio de un renacer anunciado'

Escrito por Domingo Albaladejo Alajarín. 6 de agosto de 2023 - DOMINGO.

La noche unionense que abre el Cante de las Minas

Llega todos los años a La Unión una semana especial. Una semana en la que los colores y las formas que modelan la ciudad, pasan, si las tienen, de tonalidades grisáceas, a los más vivos rojos, amarillos, verdes, azules, blancos y negros. Aquel lugar en donde antaño simplemente se comerciaba, se transforma en un templo, en la Catedral del Cante jondo- flamenco. Donde las luces se atenúan y la oscuridad de la noche se abraza entre acordes y zapateados. Llega una semana a La Unión cada año, en la que las luces anuncian el predominio de un arte escondido, que, sin pretensiones de ser, y con la humildad de aquellos que lo inspiraron, es y se deja ser en sus diferentes expresiones.

Todo el mundo del flamenco espera ansioso que se esconda el sol y la luna alumbre el exterior de la Catedral del Cante, y sobre su escenario empiecen a sucederse, una tras otra, excelentes actuaciones, de artistas más o menos experimentados, o más o menos conocidos. Que sobre sus tablas se forje el carácter fuerte y sublime de aquellos que osan alzar la voz en el idioma flamenco.

Tras un bonito homenaje al minero, el unionense Joaquín Hernández Paredes, y a la viuda del minero, Ana Balsalobre Nieto, dio comienzo la velada musical. Subió al escenario la Agrupación Musical La Unión, a la dirección de Luis González Marín.

Su música se distribuyó en varias obras, de carácter flamenco-español. Abrió el concierto con un pasodoble, que al igual que el desarrollo de su música, fue de menos a más. Notable el papel de los saxofones al comienzo de la pieza, y un correcto desarrollo a lo largo de la misma, aportando una rica masa sonora que cubrió aquellas desavenencias que pudiera mostrar el conjunto, como los picados (golpes secos en el sonido), que sí es cierto, no se dieron en muchas ocasiones. Es a su vez destacable el solo de trompeta de la misma obra, así como la interpretación hacia el final de la misma de clarinetes y flautas traveseras. En la obra siguiente se pudo distinguir tres secciones, una de carácter más festivo y/o marchante, en la que las castañuelas marcaban el desarrollo de la música, y volvían a destacar las flautas, los clarinetes, y las trompetas principales. En la segunda sección de la misma, el ambiente se transforma desembocando en una situación casi bélica, donde primaron, en general, los metales. Al mismo tiempo, de fondo se producía una sensación de nebulosa, de no saber exactamente que está pasando. La marimba aportó el color principal al final de esta sección, tras la cual, en una progresión de menos a más, la banda ejecutó un medido palmeo, resultando en un gran silencio, que momentáneamente llenó el ambiente, tras el cual la trompeta guió al resto del conjunto hacia un gran clímax final, resolviendo toda tensión dramática desarrollada a lo largo de su interpretación. Finalmente concluyó su intervención en una obra que se inició con un solista al frente, y finalizó con dos solistas sobre el escenario. La dinámica de esta obra fue de pregunta y respuesta entre ambos solistas, a los que la banda apoyó desde un segundo plano sonoro. Una dirección determinada, de gestos curvos y abiertos, hacía contraste con la potencia sonora de la banda, que, sin llegar a ser violento, representó el ímpetu de esta formación por, al menos, hacer el intento de estar entre los mejores, o de serlo un poco más en cada concierto.

Llegó el turno entonces, tras un protocolario himno de La Unión, el turno de las alumnas de la escuela de flamenco Artedanza. Dividieron sus actuaciones en grupos por edades, al compás de seguiriyas, guajiras, farrucas, y otros bailes, y haciendo gala de su coordinación, mostraron un zapateo impecable, aunque lo más destacable fue el énfasis en los movimientos trazados con los brazos, común en todas las actuaciones, y centro de todas ellas.

Finalmente, llegó lo más esperado de la noche. Subió, para abrir la velada flamenca, Pedro Ojesto en solitario, que interpretó una soleá, Bronce Gitano ̧ en la que sobre el ambiente que desprendían los graves, se movía como un susurró, delicado y pasajero, una melodía por los tonos medios y agudos. Se dejó entrever, propio de su estilo, ciertas referencias a la música de arte, académica, así como al jazz. Y es, que en el juego que es el flamenco, nunca viene mal aceptar nuevas normas. Una vez finalizada la interpretación en solitario, se abren paso por el escenario, Antonio Suarez “Guadiana” y Joni Jiménez, cada uno tomando su posición, al centro de la escena y a la derecha respectivamente. Es en estos momentos de expectación, cuando aún no ha surgido el cante, que uno se pregunta, “¿qué va a hacer?, ¿será capaz de sorprenderme, de conmoverme, de convencerme, o puede incluso de alegrarme?” muchas veces pasando por alto que el flamenco, y más concretamente los Cantes de las Minas, son precisamente eso, emoción pura. Así pues, entre tientos, mineras, y otros cantes, se deslizaban por los oídos de los oyentes que en la Catedral del cante se encontraban, armonías y melodías caracterizadas por su concreción y dirección, sin rodeos, directas como una flecha, que cortaba el viento del sentir para dar en el blanco del alma.

Y nadie lo niega, es difícil sentir. Es difícil abrir el corazón a experiencias nuevas, y otras no tan nuevas, ya sea por nuestros miedos, o porque no controlamos muchas de nuestras emociones, aquellas que cuando se nos presentan esta clase de momentos, se desatan. Porque esto es el arte, eso es el sentir. La Unión, tierra de todos, del cante y del vivir.

Imprimir