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Historias de Alumbres (XVI): Los requesoneros de Alumbres

La referencia más antigua que tengo de los requesoneros de Alumbres es a través de un pequeño relato de Federico Casal Martínez con el título de “Recuerdos. El Ayuntamiento y los músicos ingleses”, que data en 1611 y lo termina como sigue “Al día siguiente se notó en el mesón la falta de una zagala que en él servía, apodada Marica la alumbreña, hija de un popular requesonero de los Alumbres Nuevos, a la que se veía muy amartelada con uno de los músicos que tocaba el pínfano y el atambor  y chapurreaba un poco el castellano. Nadie se explica cómo la chica fue al barco. El piloto encargado de sacar fuera del puerto los barcos para evitar la peligrosa laja existente en la bocana, dijo haberle parecido ver en el navío una mujer”. 

Se sabe que los vecinos de Alumbres eran especialistas en la fabricación del requesón desde muy antiguo y tal maestría habían adquirido en su elaboración que entre los vecinos se comentaba que tenían una receta secreta que pasaba de padres a hijos, y por lo que se cuenta, parece ser que los lecheros alumbreños nunca tuvieron quien les compitiera en la comarca de Cartagena.
Un antiguo refrán dice:
Las cosas mejores de Cartagena son,
los palmitos, la miel y el requesón.

Los requesoneros se apostaban en la Puerta de San José antes de salir el sol, y cargados con sus mercancías, esperaban pacientes a que la guardia militar abriera la puerta para entrar en la ciudad gritando “El rico requesón de Alumbres” que llevaban envueltos en blancas y aseadas servilletas para que el suero que quedara fuera escurriendo. Trasportaban también el peso y el cuchillo que llevaban en una cesta y el precio al que lo vendían era de cuatro reales la libra y era tanto el consumo que se hacía en la ciudad de este producto, que hacia las nueve de la mañana se quedaban sin existencias y comenzaban a volver para Alumbres.

La fama que alcanzaron los requesones alumbreños en Cartagena fue muy grande, hasta el punto que la mencionada industria “El Requesonero de Alumbres” fue el título que llevaron una serie de artículos que se publicaron durante casi todo el año de 1807, de carácter múltiple, científico-intelectual-burlón-satírico y moral, por el Diario de Cartagena que se editaba en la imprenta de Trinitario Hortelano, al principio en la calle de San Roque, y más tarde en la calle de la Morería Baja, y que llamaron mucho la atención porque ponían de manifiesto el alto nivel cultural del autor, pues escribía la carta del supuesto requesonero y la respuesta, que firmaron diferentes personajes de ficción, El Albéitar, El Estudiante Laurencio, Público, Señor Mayor, Pablo Remigio, El Barbero, Aficionado a Física, etc., basándose en un tema científico o intelectual que el alumbreño planteaba, siendo respondido por uno de los personajes mencionados, y que llevaban a la conclusión de que cada cual debería de dedicarse a lo que conoce y no invadir terrenos que no son de su especialidad.
Para mostrar la riqueza intelectual y literaria de la serie de los escritos mencionados, firmados por el supuesto requesonero de Alumbres, pueden servir como muestra los fragmentos que expongo a continuación.
Según el sr. Casal el artículo inicial decía “Yo no soy requesonero; he colgado el cesto en el huerto de Calín y si hubiere algún incrédulo venga conmigo y en llegando al sitio le diré: ahí está el cesto” (No he podido confirmar la existencia de este ejemplar porque no se encuentra en los archivos de Cartagena y Murcia).

El escrito del 19 de febrero de 1807, comienza como si se tratara de un bravucón que en el campo de la literatura no tuviera rival “Convite fúnebre, que la piedad del requesonero de Alumbres hace a los amantes de la literatura y buen gusto, para que se sirva asistir a los funerales de D. Pablo Remigio”. 
Y al final del mismo escribe el epitafio de su supuesto rival:
“Aquí yace Don Remigio
Escritor aventurero
por querer medir sus armas
con el buen Requesonero.
Requiescat  in pace. Amén,
Ya tenemos un enemigo menos; vamos ahora a lidiar con el señor F.M.C. que podrá ser que al primer tajo vaya a  acompañar a su amigo, y no quede títere con cabeza”.

En otro artículo con el siguiente título “El Caballero Newton defendido y coronado de laurel por el requesonero de Alumbres” defiende a Isaac Newton y sus tesis de la crítica de alguna prensa, como si fuera un científico más que hasta ese momento no se hubiera dado a conocer, ofreciendo datos astronómicos y hablando de planetas, de estrellas y de la gravedad como si nada de eso le fuera ajeno, sino todo lo contrario.

Un pasaje de ese mismo escrito dice así ”Estoy como la Reyna Luisa forrado en cobre, y hecho a fuerza de bomba ; y me llevo por delante aquella bella sentencia a cuya sombra me acojo, quando chispean estos fuegos fatuos , la qual dice la crítica  de los necios, es el incienso de los talentos. Yo no lo tengo; pero lo tuvo, y lo tuvo extraordinario el célebre Newton”.


El nº 54 del Diario de Cartagena ofrece la receta para elaborar el requesón: “Póngase a hervir un quartillo de leche a fuego lento, y luego que rompa el hervor añádasele el zumo de medio limón regular y apártese del fuego; cuélese el licor o suero por un lienzo espeso y exprímase bien el requesón que quede en él; cuyo peso deberá ser de cuatro onzas si la leche era pura; y a proporción del agua que contenga disminuirá la cantidad de requesón; es decir, si a tres partes de leche  se le ha echado una de agua, dará tres onzas de requesón; si un quartillo de leche contiene la mitad de agua (que es lo que comúnmente se acostumbra) dará dos onzas de requesón; y finalmente, si a una porción de leche se le han agregado tres partes de agua (lo que es muy raro) dará una onza de requesón”.

En uno de los últimos escritos defiende con énfasis su oficio de requesonero ante las descaradas burlas que le ha proferido uno de sus rivales.
“…pero ¡qué delicio! haber tornado la pluma para tratar, con cierto desprecio aquel tratado de pabellón, caldera de hacer requesones, no es lo mismo escribir que ponerse a hacer requesones, y otros dicterios indecentes, de los que no es justo acordarme…”
Ante tales insultos, él sigue defendiendo la dignidad de su profesión en el mismo texto “…para explicarse bien no es necesario hablar mal, que la moderación está bien vista en todas partes y mayormente en los papeles públicos.  Si soy requesonero, si tengo caldera, si los hago bien o mal, no es el asunto del día, ni mi escrito se ha dirigido a estos puntos: la suerte me ha deparado este oficio, gano honradamente mi sustento sin estafar a Vd. ni a nadie, hago todo el bien que puedo, y a persona alguna por humilde que sea le echo en cara su oficio”.

Al final de algunos de los artículos, igual que en este último terminó poniendo después de El Requesonero de Alumbres las iniciales J.M.G. y D. en la mayoría terminaba con un, se continuará.

La venta del requesón de Alumbres tuvo larga duración, y aunque atravesó tiempos peores llegando a prohibirse su venta a finales del siglo XIX por ciertos problemas sanitarios, producidos por la adulteración del producto en su elaboración, y por las vasijas de cobre utilizadas para ello, su venta llegó hasta 1936, año en que dejó de venderse por Cartagena, volviendo a aparecer en 1942, pero por muy poco tiempo, pues con el precio que alcanzó la leche, se ganaba con ella más que con el requesón.

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